miércoles, 2 de noviembre de 2011

Suspiros


Hace unos años (no muchos) tuve que ir a urgencias médicas porque tenía un padrastro infectado. Dolía mucho..., muchíiiisimo. Eran las 5 de la madrugada (más o menos) y allí llegué sujetándome la mano como si me la hubiera amputado de un bocado un pastor alemán enfurecido.

Después de aguantar las miraditas de las enfermeras y escuchar lo que me iban hacer (pincharían la carne muerta con una aguja y después presionarían para que saliera el pus -muy abundante y doloroso..., jo!-) me negué; les dije que a mí no me pinchaba nadie y menos en mi padrastro infectado y mega-dolorido si no era con anestesia.

No se si me creyeron, lo que sí sé es que cuando me dijeron que me marchara si no quería hacer eso, les dije que procedieran si esa era la única solución.

Recuerdo que se acercó a mí una enfermera mal encarada con una aguja que debía medir unos 55 centímetros (más o menos). Casi pierdo el conocimiento y lo siguiente que recuerdo es que estaba gritando más que la chica de la película de King Kong (la de blanco y negro) y eso que aún no me habían pinchado..., para mi vergüenza, me expulsaron de urgencias y me dijeron que la próxima vez que tuviera que ir a urgencias, primero viera qué médico había y si estaba el Doctor (no me acuerdo) que hiciera el favor de no ir.

Cuento todo esto para que cuando lo leas, te des cuenta que todos hemos pasado malos ratos con los médicos. Yo, que soy hiponcondríaco confeso, he pasado varios (pero éste es el más escandaloso y vergonzoso que recuerdo).

(...)

Hoy me siento especialmente orgulloso de tí.

Hoy era el día en el que teníamos que ir a la Clínica San Miguel para que un cirujano plástico te extirpara un bultito de grasa que hay en tu mejilla.

Llegamos un poco tarde (para variar) y después de esperar un poco, mamá te dió un calmante y a continuación te llamaron.

Mamá te ayudó a cambiarte: te puso la bata, el gorro de plástico y los zapatos de plástico.

Nos despedimos con un besito en la entrada al quirófano y después te marchastes cogida de la mano de una enfermera.

Pasados unos minutos, salió el médico y nos dijo que no había podido ser; que te habían puesto la anestesia local, pero que te pusistes muy nerviosa (llorabas y temblabas) y no quiso empezar porque no sabía si podría terminar.

Mientra que él me contaba, tú gritabas llorando a mamá:

A.- ¡Me han mentido! Me han dicho que todos eran muy simpáticos y ahí no hay nadie simpático y me han hecho muchísimo daño... ¡Me han pinchado con una guja muy larga y muy fina!

Lo de orgulloso es porque con 6 años tú sola fuistes capaz de entrar en un quirófano lleno de extraños que te pincharon en la cara y fuistes capaz de aguantar (¡empecé a llorar durante el pinchazo!, antes no -decías-) mucho más de lo que aguantó tu padre.

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